martes, abril 25, 2006

Ojos Azules

Mis dedos bailaban sobre tu ombligo al compás del parpadeo del reloj sobre el buró, con la otra mano acariciaba tu pelo desparramado sobre la almohada y tus ojos azules me miraban con paciencia mientras tus vanidosos labios prometían con lenguaje secreto caricias húmedas.

Poco a poco nos fuimos envolviendo en miradas nuevas, con tonos de colores distintos, nos fuimos sitiando en recorridos a cuatro manos en direcciones encontradas y nuestros pies desnudos se entendían en conversaciones de roces tibios.

Mi lengua tocaba las puertas de tu boca y tus labios se regocijaban como recibiendo aquella visita siempre esperada, mis piernas entre las tuyas y desnudas apretujándonos daban un significado tangible a todos nuestros pactos de eternidades nocturnas.

El silencio pálido se invadía ahora de jadeos sutiles, mis labios descendían sin precaución por la escalera de tu cuello y se dibujaban besos que en racimos atravesaban tu piel ardiente.

Pude tocar la fragilidad de tu cintura cuando tus piernas se enrollaban en mi cuello, recorrí desde tus piernas hasta tus caderas con mi aliento entusiasmado de saborearte a pequeños sorbos pero con la decisión de ingerirte hasta la última gota.

Tu cabello se pegaba a tu rostro humedecido mientras tus muslos apretaban enérgicamente mi cuerpo con la seguridad que les daba saberse dueños de cuanto aprisionaban. Mis manos se posaban sobre tus caderas rindiéndose totalmente ante la poesía que se empezaba a escribir desde tu espalda y sin punto final se rescribía en párrafos que se esparcían por todo tu cuerpo.

Gotas de inspiración sin envasar o sueño de amaneceres nocturnos. Tus ojos azules te definían para cada día de mi inmortalidad, cuando nos mirábamos por encima de prolongados espasmos que salpicaban sudor efímero que nacía y se evaporaba a cada contracción de nuestros cuerpos revueltos bajo la mirada complacida de la noche que se asomaba por la ventana conteniendo la respiración para no ser descubierta.

En tus ojos azules pude ver sentimientos sin definición en letras porque nunca nadie más los había sentido. De tus ojos azules tomé la imagen del recuerdo que llevé colgado en mis labios cuando me quedé dormida y exiliada sobre tu cuerpo mientras con tus manos cantabas caricias en mi pelo.

viernes, abril 21, 2006

Va de nuevo

Los puntos suspensivos están enojados conmigo y se han subido al ventilador para recordarme que siguen allá arriba y que no quieren bajar a platicar conmigo.
Las comas no han dejado de bailar entre mi ropa, mis cosas, mis muebles, gritando como locas que me falta empacar ésto o aquello.
Los signos de admiración se esconden bajo la almohada y esperan el momento justo para brincar sobre mi garganta por las mañanas a las ocho de la mañana.
Los silencios se infiltran en mi cabeza como las bocanadas de humo que entran a mis pulmones y los dejan negros de nostalgia.
Mis letras han de hacer el último esfuerzo en la una entrevista de trabajo aquí, en pueblo quieto.
Y, mañana, todos nosotros levantaremos la frente ante la decisión del tirano punto final.
(Nerviosa estoy.)

martes, abril 18, 2006

Rompecabezas

(Es así como me armo a diario.)

Él: Suerte.
Yo: Mejor deséame éxito.
Él: No. Suerte. El éxito te lo ganas sola.

jueves, abril 13, 2006

Esto pasaba por mi retorcidamente mente hace 730 dìas

Estimados seres afines a mi persona:

Si usted, querido lector, resulta ser un amigo mío, debe estar realmente enojado/preocupado/molesto/angustiado por mi bienestar social y emocional.

Estoy segura que usted, en algún punto de su vida, ha vivido una de las dos siguientes situaciones:

1. Deseo de mandarme al churro. (Si no es que ya lo hicieron y yo por andar pensando en sombras verdes, ni cuenta me dí.)

2. Deseo de abofetearme para que yo dejara de ser una pelota sin dirección que rebotaba en paredes acolchonadas.

Así como también estoy segura que en cualquiera de las dos situaciones, se ha dado cuenta que:

1. Soy un zombie.

2. Estoy huyendo del contacto.

Abusando de su amabilidad y confianza durante todos estos años, les pido de la manera más atenta que me saquen arrastrando de mi casa, me enseñen la luz del sol, me obliguen a llorar mi dolor y me recuerden que tengo muchas razones para seguir siendo la bruja que muere de risa con chistes babosos.

Con mi actitud de quinceañera rebelde, me despido de ustedes, esperando que se aparezcan en mi vida antes de que yo le arranque el cuello a una gallina y escriba con sangre en la pared:

"Life's hard. Then you die."

¿A dónde se fué la locura?

Un día nos descubrimos, la cuchara cuadrada y yo, comiendo en la mesa del comedor y nos extrañó ver que el refresco nadaba en el vaso, que la servilleta estaba inmóvil, que la silla ya no escuchaba y la mesa no reclamaba.
Notamos que el jardín ya no tenía pasto y que las gerberas rojas se habían quedado dormidas sin las serenatas, justo al lado de la piedra azul que no dejaba de roncar a la par de las flores.
Entonces sentí mis pies secos de ausencia de olas y los tobillos llagados por falta de arena naranja; mis manos, ya no cargaban la maceta donde habíamos plantado la luna y mis codos estaban húmedos de lágrimas que ya no lloraban.
Después vino el tictac del grillo de traje sastre que nadaba adentro del piano de cola, buscando polvitos de estrella entre las teclas, pero encontrando sólo los pelos del gato que se fue de la casa hace un par de semanas, dejando una nota donde decía que extrañaba los aullidos del pez dorado que actuaba para nosotros, a las 11:24 PM.
El pobre tenedor, se había vuelto también cuerdo y después de picar la ventana por donde se escaparon los grillos que cantaban para hacerle compañía al pez en su show estilo Broadway, se había guardado en el cajón, junto al destapacorchos de la botella de tinto que se suicidó tirándose del primer piso hasta el séptimo.
Ante tal falta de sin sentidoy exceso de coherencia salubre...
...la cuchara y yo perdimos el apetito.

(¿Pero qué pasa en esta casa? Hasta parece que está fija en el piso.)

domingo, abril 09, 2006

Estacionamiento

Estacionarme es todo un reto:
algo muy parecido a enamorarme.

Ella vestía de traje sastre negro con delgadas lineas azules que hacían ver sus piernas más delgadas y largas de lo que en realidad eran; una bufanda azul, que combinaba perfectamente con el simpático gorro que cubría su cabeza, era la forma perfecta de ocultarse ante el mundo representado en la obra de tres actos de su vida como el frío.

Había bebido un par de copas de vino tinto antes de subir al auto que la llevaría al destino final: ese difícil y conglomerado lugar con el que soñaba frecuentemente y que la hacía dar vueltas en la cama hasta despertar sudando frío a las tres cincuenta y dos de la mañana.

Soy capaz de aprender extensos textos de memoria, de hacer cálculos difíciles aunque fuera necesario leer libros enteros para resolverlos, de resolver acertijos aunque me tome días descifrando en la regadera su solución y de disfrutar los pequeños sonidos y olores que pocas personas detectan, pero siempre he tenido un pésimo sentido de orientación.

Detuvo la mirada en el semáforo en amarillo y, como siempre, contó los segundos para saber en qué momento aparecería el color verde chillante que tanto le molestaba y a la vez atraía. Las cuerdas de los violines parecían gritar desde la bocina que era hora de soltar el freno del auto.

La entrada a los estacionamientos a los que se ve obligada a entrar siempre son una diagonal. Eso es lo único que le reduce el riesgo al impacto de adentrarse en una dimensión tan conocida que le es desconocida. Después, todos esos cajones negros en complicidad con las líneas amarillas que brincan sobre el pavimento cuando se encuentran vacíos y enfurecidos por haber sido domados cuando se encuentran ocupados.

Esperar a que salga un auto del cajón para poder estacionarme me causa estrés. Saber que en muchas ocasiones hay un gandalla que quiere entrar, aún en sentido contrario, me da rabia. Me incomoda esa mirada inconciente que sale de mí para marcar mi territorio como animal.

Un cajón vacio la llamó y ella, dudando de su intención, manejó el auto al lugar que le gritaba. Apagó el cigarro que la ayudaba en la travesía, revisó que las ventanas estuvieran cerradas, tomó su bolsa y entró al supermercado, liberándose de el monstruo que estaría ahí esperándola, como todos los días, como desde siempre, como hasta nunca.

Siempre que regreso al estacionamiento para irme a casa, recuerdo que –valga la redundancia- no recordé dónde había dejado el auto. Entonces viene la molestia de pararme ahí, en medio de todo y de nada, buscando el color arena que nunca me gustó, dándome golpes imaginarios en la cabeza por siempre actuar sin pensar en las consecuencias.

Perdida a su regreso y molesta con ella misma por ese mal, que parece tener desde pequeña, de ser tan observadora y exigente con los pequeños detalles, pero olvidadiza con los grandes, caminó por los distintos pasillos del estacionamiento hasta encontrar su auto.

Estacionarme es como enamorarme: meto las patas sin saber que puedo acabar perdida en un remolino de preguntas, de dolores de cabeza, de sentir sin pensar, de pensar en sentir, de sentir pensando.

Una sensación de alivio le recorrió todo el cuerpo al ver que las ruedas no habían sido absorbidas por el pavimento, que las defensas –aunque golpeadas- seguían en la proa y en la popa del barco, que las puertas estaban cerradas y que su espacio personal no había sido quebrantado por un idiota.

Subió al auto y encendió el estéreo una vez más pero, a diferencia de los violines que habían casi tocado una marcha fúnebre, un bajo con sonidos exóticos y una guitarra eléctrica le dieron una palmada en la espalda y le indicaron que era momento de regresar a la cotidianeidad, con el aire entrando por la ventana cuando el acelerador era presionado y el freno tomaba su tiempo para dormir.

Después de todo así es el amor: te permiten entrar, tomas un lugar, creas espacios, disfrutas tiempos, vives en mundos paralelos que muy poco tienen de realidad, caminas en pisos ajenos a ti y, eventualmente, con el pánico apretándote la garganta y las lágrimas que no saben lo que ha de venir…

te llega el tiempo de abandonar el lugar
que por horas o años, en realidad da igual,
fue el que debía ser tu refugio temporal.

sábado, abril 08, 2006

Saludo a la PBL



En días pasados estuve recordando mis días de maquiloca y de integrante de la PBL, jajajaja, yo sé que casi nadie entenderá este posteo, pero saludos a todos ellos, donde quiera que se encuentren, si alguna vez ven este blog, jajajajaja.